Me quedé un día observando un paisaje nebuloso. La niebla era tan espesa que no dejaba ver a través de ella y las cumbres montañosas sólo podían imaginarse. La visión resultaba triste, húmeda, fría y desoladora. A mi alrededor sólo había una masa gaseosa y espesa que nublaba cualquier atisbo de luz.
Sin embargo, en cuestión de minutos, la niebla empezó a alzarse, la luz apareció y el paisaje (incluso el pico más alto de la montaña) pudo apreciarse en toda su belleza.